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EN / 11 PINAR DEL HACHO: El mirador de Antequera

martes, 6 de septiembre de 2011

Y la vega ante nuestros ojos. Allá, al fondo, velado por los restos húmedos de la calina, el Peñón de los Enamorados. Más cerca, los pináculos de las iglesias, conventos, palacetes y murallas de Antequera, como si quisieran pinchar el cielo azul. Aún más cerca, el verde esmeralda, intenso y brillante del mar de pinos. Todavía más cerca, más próximo, casi al roce de las yemas de los dedos, las gramíneas que se mecen al compás de la brisa. Todo, ante nuestros ojos. Y a nuestra espalda, la Torre del Hacho, que sostiene el suspiro que ante tanta inmensa belleza nos atenaza. Estamos en el Parque Periurbano del Pinar del Hacho, el mirador natural de Antequera, y es un privilegio.

Una aproximación

Caminamos con el coche, entre olivos, una columna de polvo blanco nos sigue en forma de estela volátil y vaporosa. Un senderista nos ha indicado el mejor camino para llegar hasta el borde superior del pinar, para ello atravesamos un olivar extenso, dejando a nuestra derecha, a lo lejos, las primeras estribaciones del Torcal y frente a nosotros, la promesa escurridiza de una torre vigía que juega al escondite entre los pinos jóvenes. Atravesamos una verja abierta y estacionamos, no se puede llegar más allá. Descendemos del coche y lo primero que nos asalta es la fragancia. Un perfume intenso y fresco, que aún conserva los tintes de la madrugada, se cuela en el coche, en la mochila, en el cuaderno de notas, en la cámara de fotos. Lo segundo, el color. El verde esmeralda de los pinos piñoneros jóvenes, confiere al parque una esencia un tanto irreal en el juego de sombras con el sol de la primera mañana. Lo tercero, la presencia imponente de la Torre del Hacho, que se asoma entre las copas de los árboles como un vigía mayestático. Todo al punto. Caminamos con un objetivo claro.

El Parque Periurbano Pinar del Hacho

Parece cubrir la parte sur de Antequera como una protección natural. Ocupa la parte más alta y una zona de la ladera de un cerro romo, que desciende en la cara antequerana de forma contundente y que se suaviza dúctilmente en la zona que mira al Torcal y a los olivares del camino a Valle de Abdalajís. La zona protegida abarca 85 hectáreas y está repoblada por pinos piñoneros o marítimos de unos 40 años de antigüedad. Es un bosque relativamente joven y eso se nota en la altura de los árboles y en el grueso de sus troncos. El Pinar del Hacho está surcado por el Cordel Málaga – Antequera, una vía pecuaria de paso de animales que cumple con los 37,5 metros de anchura preceptivos y que además de su uso ganadero se compatibiliza con usos deportivos como senderismo y la práctica de actividades cinegéticas. De hecho, durante nuestra visita, se escuchan los ecos sordos de algunos disparos y los ladridos de una jauría de perros al fondo; y descubrimos algunos rastros de bicicletas de montaña. El parque está presidido por la Torre del Hacho, un torreón vigía desde el que se otea la llegada a Antequera desde El Torcal y desde Valle de Abdalajís, además de ofrecer una completa panorámica de la vega, del Peñón de los Enamorados y de la propia ciudad de Antequera. Dada su construcción, doce metros de altura, aproximadamente, con puerta exterior a ras de suelo y con apenas dos o tres troneras, se presupone que el carácter de la torre era puramente vigía y no defensivo. Desde sus almenas se podrían hacer señales al centro de la ciudad perfectamente visibles. Aunque la datación de su construcción no está clara todo apunta a que se erigió en el siglo XIII y fue declarada Bien de Interés Cultural en 1985.
Sobre la fauna, el parque tiene catalogadas 59 especies de aves, 14 de mamíferos, 8 de reptiles y 2 de anfibios, correspondientes todas ellas a la típicamente mediterránea propia del entorno. La flora está constituida por el ya citado pino piñorero joven de reforestación con 40 años de antigüedad, además de lentiscos, romero, matorral y pastizal.
Pero si algo caracteriza al Parque Periurbano Pinar del Hacho son sus vistas, la panorámica magnífica de Antequera y de su Vega, del norte del Torcal, de la Sierra de Cabras… Vamos a descubrirlo.

La visita

Caminamos sobre un ancho carril de arena, arena de montaña, roca erosionada hasta convertirse en polvo, rota por el frío, por el calor, por los drásticos cambios térmicos. Nos sumergimos en el mar de pinos bajos, sus agujas apuntando en todas las direcciones, como queriendo abarcar el aire fresco que respiramos. Se mezclan nuestras huellas claras, evidentes, de bota de montaña, con otras más sutiles, más gráciles, que podrían ser de aves, de zorros, de perros. Los caminos divergen y se difuminan y a veces son solo un sendero formado por gramíneas aplastadas por un viajero anterior, por la costumbre de paso de un mamífero. Respiramos el aire puro y la esencia del pinar y de la arena y del aire de la mañana se conjugan en su evocación para traernos el Mediterráneo, tan lejos y tan cerca de estos pagos, apenas a 50 kilómetros. Es un conjuro de nuestra mente y de la naturaleza. Quizá el rastro de pino marítimo, quizá la arena que se asemeja a playa, quizá. El arenal se difumina entre el matorral bajo y deja ver un leve roquedal bajo la superficie. El camino a seguir está marcado por la Torre del Hacho, que vemos siempre, si no sobre las copas de los árboles, sí por entre los mismos, como un vestigio antiguo de tiempos pasados. Caminamos, escuchamos los leves sonidos de pájaros que trinan, la banda sonora de las chicharras que van despertando según se despierta el día. Pasamos la palma de la mano sobre las gramíneas, que nos acarician. Nos asomamos a un pequeño claro y por fin contemplamos la torre al completo. Piedra clara al sol. Compacta, sencilla, sin alharacas, con su función clara de vigía y leve defensa, de aviso para navegantes. La boca de su puerta está abierta, como un agujero negro, nos asomamos, nada destacable. El imán de la torre aún no nos ha permitido disfrutar de lo mejor y es, precisamente, cuando salimos de su boca cuando lo vemos: El horizonte. Se extiende ante nosotros Antequera, su vega y el perfil aindiado del Peñón de los Enamorados. La calima de la mañana se ha disipado y solo queda un rastro sutil y ligero. La vista es excepcional. Nos sentamos en la boca de entrada a la torre y sin movernos, parecen los pinos enmarcar la escena. Se abren las ramas de manera natural para ofrecer al viajero este impresionante horizonte. Destacan los pináculos de las iglesias antequeranas, las torres campanarios que se elevan al cielo intentando acariciar su barriga azul, las casas blancas apretadas como un racimo, los tejados ocres. Intuimos la posición de los dólmenes de Menga y Viera. Al fondo, la nariz del Peñón de los Enamorados rompe el horizonte. Los cultivos de la vega parecen una taracea sobre la tierra, pintando de amarillos y anaranjados y marrones cada fragmento de la superficie. Y en primer término, el verde esmeralda de los pinos piñoneros. Sentados aún en la boca de la torre, reposamos la vista, bebemos agua, disfrutamos de este privilegio, de este mirador natural sobre Antequera.
Una vez descansados buscamos un camino de descenso. Entre los pinos se intuye uno de ascenso que nosotros bajaremos. Queremos llegar hasta una zona inferior del parque para tener otra visión de Antequera y disfrutar del paseo entre los pinos.
Caminamos y se acentúa el olor denso a matorral. Va perdiendo el frescor la mañana y se concentran los aromas a tierra, a romero. Llegamos hasta otra de esas playas de montaña que salpican el parque, para seguir los pasos de un camino encajonado en un roquedal. Cruzamos y desembocamos en otro arenal. Se abren las vistas de la vega antequerana. Caminamos, tiramos fotografías, observamos, callamos ante el silencio. Vemos el borde de otro de los caminos por los que se puede acceder hasta la torre, el que viene desde Antequera a través de la torre de la legión. Más empinado y cansado, pero también fácilmente practicables. Desandamos nuestros pasos, nos reencontramos con nuestras propias huellas, las descubrimos a travesadas por otras nuevas, un ave. Todo parece quieto y todo se mueve sin que nos percatemos de ellos. Se escuchan algunas voces a lo lejos, de alguna finca cercana, dos hombres, hablan de una máquina y de un olivo. Seguimos nuestro ascenso hasta llegar a la torre de nuevo y de ahí, al lugar en el que hemos estacionado el coche. Nos giramos y, por última vez, aspiramos la fragancia cambiante, vemos el Peñón de Los Enamorados atravesado por antenas de telecomunicaciones, percibimos los movimientos lejanos de la vega viva. Agitamos la mano hacia Antequera. Hasta la próxima, seguro.

Despedida

Esa primera imagen, el cuadro pintado con la precisión de Antonio López. Todo en calma y todo moviéndose. El velo de la calima última confiere un aire irreal, de pintura, de óleo vivo en el que todo parece inmutable, un clic de la cámara fotográfica detiene el tiempo detenido. El marco de los pinos y Antequera, la antigua, ahí abajo, como un sueño.

Enlaces de interés y consejos útiles

Enlaces de Interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web de la Junta de Andalucía, Ventana del Visitante. Además de la página web municipal de Antequera.

Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.



Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este Parque Periurbano.


Ver El Color Azul del Cielo "Espacios Naturales de Málaga" en un mapa más grande

2 comentarios:

Nekane dijo...

Mientras vosotros volais acércandoos hacia allí yo disfruto aquí,enormemente,de ese maravilloso contraste que ofrece el Pinar del Hacho.Mi foto favorita la cuarta.
Precioso,Isra.Me gustan los martes para leerte aunque este martes en concreto no sea precisamente mi favorito.

Pollo "asao" con ensalada dijo...

¡Qué trabajo más bonito! Enhorabuena.