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EN / 04 PARQUE PERIURBANO DE GRACIA: Una historia

martes, 31 de mayo de 2011

Una brisa hecha de sombras atempera el calor matinal. La luz se deshilacha entre los pinos carrascos y cambia, jugando a pintar las faldas de ese cerro imponente que nos colmará de Gracia. Más aún, se conjugan aquí la Historia y la naturaleza en una combinación perfecta y sutil. El paseo nos ofrece los paños de las murallas y las delicadas amapolas, el zumbido de las abejas libando las flores y la generosa perspectiva de una ermita de origen árabe, el trino constante de mil melodías que proporcionan los pájaros y los restos de una fortaleza imponente. Este es el Parque Periurbano de Gracia, en Archidona, cuna de reyes.

Parque Periurbano Sierra de Gracia

Tiene 35, 3 hectáreas y se ubica en un entorno privilegiado que en el pasado le dotó de un gran valor geoestratégico. Al sur, el municipio de Archidona, al norte, tierras de labor conformadas por olivos y almendros, al este la imponente Sierra Calderón y al oeste el camino de la Hoya. El Parque Periurbano de Gracia, catalogado como tal por la Consejería de Medio Ambiente en 1999, se encuentra en un promontorio, una destacada elevación del terreno cubierta de pino carrasco en su falda y despejada en su cima, que corona la ermita de la Virgen de Gracia, una joya arquitectónica árabe que en su interior acoge aún la clásica formación de arcadas de las antiguas mezquitas. El paseo desde el núcleo urbano de Archidona hasta la cima llevará entre 30 y 45 minutos, dependiendo del ritmo y de las paradas que se hagan por el camino, resulta ser una buena cuesta, pero la ascensión se compensa con el paisaje que aparece con cada paso. Se va desvelando Archidona, el Peñón de los Enamorados de Antequera, las vegas y pastos de olivos y cereal… Además, el último tramo del paseo nos brinda la oportunidad de comprobar la contundencia de las murallas que conformaron la antigua fortaleza. Un paseo espléndido que los archidonenses utilizan también para hacer algo de deporte, caminando rápido en el ascenso y haciendo footing en el descenso. Nos pertrechamos (cámara de fotos, cuaderno de viaje, sombrero para el sol, una cantimplora, prismáticos…). Hecho.

Hasta la ermita del Santo Cristo

Vemos desde aquí la corona blanca de la ermita de la Virgen de Gracia, parece intocable, allá arriba, imponente, inaccesible. El sol matinal, aunque es pronta la mañana, aprieta y sentimos el abrigo que nos ofrece la sombra de los pinos con alegría. Durante todo el ascenso vamos a percibir una olor dulce e intenso, un aroma que se cuela por entre los árboles, fresco y sutil, pero persistente. Si ese perfume podría retenerse en el interior de un bote de cristal, sin duda nos lo llevaríamos a casa, para abrirlo y dejar que la fragancia se liberase en los pasillos, en las cocinas, en los salones de estar… La brisa nos acaricia la piel. Vemos un grupo de chumberas arracimadas, amapolas tiñendo de rojos los campos verdes y amarillos. Archidona empequeñece a cada paso y vemos más próximo el macizo gris de la sierra Calderón, los peñascos rotos que se confunden con los paños de las murallas.
La ascensión está acompañada por los mármoles de un Via Crucis. Primera Estación. Segunda Estación. Es una forma de marcar también el recorrido. Entramos de lleno en la sombra del pinar. Mil trinos que proceden de mil picos distintos configuran una banda sonora delicada e indefinible. Son gorjeos, cantos limpios, graznidos, silbidos. Intuimos los aleteos que escapan a nuestro paso, la inmovilidad primera de las aves que vuelan al intuir nuestra aproximación. Quizá sean algunas de las especies que nos podemos encontrar en este entorno natural, tales como el águila calzada, el águila perdicera, el águila culebrera, el cuco, la paloma torcaz, el críalo, el petirrojo, el mirlo común, el mochuelo común, el búho real o la perdiz roja.
Entre las copas de los árboles se intuye el manchón blanco de la ermita de la Virgen de Gracia.
Pese a que el camino es de ascenso, sentimos una sensación de agradable frescor. La sombra, la brisa…
Llega hasta nosotros, todavía, el zumbido de la ciudad, del centro urbano de Archidona, como un murmullo lejano compuesto por voces, alguna bocina, ladridos, tañidos de campanas… En una curva pronunciada abandonamos el camino para asomarnos a un mirador abalconado.
Ante nosotros se extiende Archidona, se distingue a la perfección la famosa Plaza Ochavada, el Convento de las Mínimas o el antiguo Ayuntamiento. Hacia el este, el Peñón de los Enamorados de Antequera se asoma entre la calima. Las lenguas de la carretera que circulan como sierpes negras entre los campos colmados de olivos y de cereal. Nos sentamos sobre una piedra y dejamos que la mirada se pierda. Dibujamos con el dedo el perfil de las montañas próximas, el trazado de las calles de Archidona, las carreteras…
Regresamos al camino principal para encontrarnos con la ermita del Santo Cristo. Construida en el siglo XVIII y restaurada en 1997. Es una edificación sencilla con un patio previo y una puerta con dintel de ladrillo visto. A los lados del patio, una serie de bancadas de piedra donde sentarse. Es fresco y umbrío.

Hasta la ermita de Gracia

El ascenso es pronunciado, en eses, pero se realiza muy bien, sin demasiados problemas. Cada vez más cerca vemos los paños de la muralla, lienzos de piedra que fundaron los romanos, que asentaron los árabes, que aprovecharon los cristianos. El Pico del Conjuro, sobre el que se asientan ermita y murallas, sólo está protegido en su ladera sur, ya que al norte un brutal tajo impide el acceso por esa vertiente. Seguimos el camino. Nos cruzamos con dos corredoras, con otro corredor solitario, saludamos. Caminan deprisa hacia la cumbre.
Mientras nos acompaña la banda sonora de bisbiseos, crujidos, zumbidos… La fauna del parque es variada y muy rica. Desde anfibios como la rana y sapo común, pasando por reptiles como el lagarto ocelado, la culebra de escalera, la culebrilla ciega o los mamíferos como el ciervo, el jabalí, el zorro o el conejo. Cuando cae la noche también es muy fácil encontrar murciélagos, musarañas, ratones morunos, tejones o el famoso lirón careto.
Las sombras mayestáticas de las murallas compiten con la majestuosidad de las sierras. Se imbrican los roquedales con los paños amurallados, confudiéndose en su base la construcción humana y la natural. Llegamos así hasta los restos de una almena. Hemos dejado atrás el bosquete de pinos carrascos y comienza a despejarse la cima. Comprobamos el poder geoestratégico de este lugar, cruce de caminos entre Granada, Málaga, Córdoba y Antequera. Casi podemos imaginar a ese centinela árabe en este mismo lugar en el que nos encontramos, vislumbrando al fondo del horizonte la nube de polvo que levantarían los carros de los mercaderes, los batallones de soldados… Imaginamos, imaginamos, imaginamos.
La ermita de la Virgen de Gracia ya se encuentra ante nosotros, y es una realidad.

La ermita de la Virgen de Gracia

Se puede acceder hasta ella en coche, pero si lo hiciéramos perderíamos los detalles del magnífico entorno natural que nos ha aupado hasta aquí. Cómo el paisaje ha ido creciendo con cada paso, cómo ha calado en nosotros la presencia constante de los trinos de los pájaros. Disfrutamos en la llegada.
Archidona fue una localidad muy destacada en la época andalusí. La Arsiduna árabe fue capital de la Cora de Rayya y precisamente aquí fue coronado emir Abd-Al-Rahman I, de ahí la importancia de su fortaleza y de su mezquita, única que se conserva en la provincia de Málaga. Tal y como apunta el panel explicativo que encontramos en la cima, “Al templo se accede por un patio semiporticado del siglo XVIII y ya en su interior puede contemplarse en primer término el alzado de la Sala de Oración (haram) de la mezquita andalusí, con arcos de herradura sobre columnas de fustes posiblemente romanos. La zona del presbiterio, con bóvedas elípticas y decoración de yesería, refleja la reforma del siglo XVII y XVIII. La iglesia está presidida por el lienzo de la Virgen de Gracia. La torre campanario conserva la estructura de alminar árabe, desde el que se llamaba a la oración”.
En el exterior de la ermita podemos contemplar una hermosa balconada donde un panel explicativo nos ubica los puntos más destacados del horizonte. Sierra Chimenea (en el Torcal de Antequera), Sierra Pelada, Sierra de las Cabras, Villanueva del Rosario, Villanueva del Trabuco, las Lagunas de Archidona… Contemplamos el paisaje, lo disfrutamos. Oteamos los picos con los prismáticos. Nos deleitamos.

Despedida

Embebida aún nuestra mirada por el refulgente azul del cielo y el intenso blanco encalado de la ermita iniciamos el descenso hacia el centro urbano. Se incorpora un nuevo sonido a nuestra banda sonora, el tintineo de las esquilas y el balido incesante de un rebaño de ovejas. Nos cruzamos con el pastor y tres de sus perros. Charlamos. Lleva a su cargo más de quinientas ovejas. Nos despedimos. Se pierden los balidos entre los pinos.
El sonido de las esquilas se funde con el tañido de las campanas.

Enlaces de interés y consejos útiles

Enlaces de Interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web de la Junta de Andalucía, Ventana del Visitante. El Parque Periurbano de Gracia se encuentra dentro del término municipal de Archidona.

Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.



Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este paraje natural, situado en Archidona.


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EN / 03 LA LAGUNA DE LA RATOSA: Espejismo Azul

martes, 17 de mayo de 2011

Juega la lámina azul entre los olivos. Se esconde, aparece, se vuelve a esconder. Se asoma entre dos acebuches, se escabulle. Juega con nuestra mirada como un espejismo. Y no solo hoy. La Laguna de La Ratosa aparece y desaparece con las estaciones. Azul intenso en la primavera y el invierno. Manchón pardo en verano y en otoño. Es un territorio cambiante, mutable, sutil y delicado, frágil. Bulle ahora de vida. Cloqueos, trinos, siseos, rumores, susurros, aleteos, pasos, chapaleos, zambullidas... Todos ellos componen su banda sonora, una sinfonía natural que el ser humano acompasa con el murmullo lejano de los tractores, el fluir veloz e inusitado del AVE. La tierra roja, oscura, en fuerte contraste con la laguna azul, con el verde pálido de los olivos, con el aleteo rosa y blanco de los flamencos. Ya tenemos la banda sonora y la paleta de colores. Ahora solo hay que dejarse llevar.

El Parque Narural de la Laguna de la Ratosa

La Laguna de la Ratosa fue declarada Reserva Natural en 1999, sus características la hacen especial. Es frágil, se encuentra en un entorno fuertemente cultivado por el hombre, se ve sometida a los caprichos de las estaciones, vaciándose casi por completo en verano y regenerando su vida en el invierno y la primavera. Es, además, relativamente pequeña, con 24 hectáreas de superficie y su origen se encuentra en el desagüe natural que provoca un acuífero subterráneo. Su localización entre los municipios de Alameda y Humilladero, en el interior de la provincia malagueña, limítrofe con la sevillana, hace que su ecosistema sufra los rigores de los calores estivales que evaporan su contenido hasta hacerla casi desaparecer. Este hecho propicia que la Laguna de la Ratosa solo tenga una pequeña franja de juncos y cañaverales y que, de esta manera, las aves no nidifiquen en sus inmediaciones, siendo lugar de paso y alimento. Debido a estas singularidades, el acceso al interior de la laguna está estrictamente prohibido, excepto con fines de investigación y se hace necesario un permiso de Medio Ambiente para acceder. Pero esta circunstancia es solo para expertos, los legos en la materia van a disfrutar muchísimo caminando por la orla externa de la superficie lagunar. Damos fe. Aún con todo, la Laguna de la Ratosa forma parte de un ecosistema mayor en el que se encuentran, además de ella, la laguna de Fuente de Piedra, la de Campillos y la de Archidona, a la que hay que sumar, como puerta de entrada a la península desde África, la Desembocadura del Guadalhorce.

El paseo, el silencio y la vida

Hemos estacionado el coche junto al rótulo de la laguna de las Castañuelas. Allí nos recibe una nube de mariposas blancas, de libélulas azules, que revolotean junto a las orillas de la laguna. El suelo es de un intenso color rojo. Nada más salir del coche escuchamos unos graznidos. Una formación de diez flamencos volando en uve nos sobrevuela. Baten las alas con una cadencia suave, lenta, rítmica. Están muy cerca, apenas se asustan con nuestra presencia. Giran en el aire y se hunden entre la sombra de los olivos. Observamos el agua atentamente y distinguimos nadando sobre ella a los primeros habitantes de la Ratosa. En la laguna se pueden distinguir hasta quinces aves distintas, entre las que se encuentran el somormujo lavanco, zampullín cuellinegro, zampullín chico, garza real, garcilla bueyera, flamenco rosa, aguilucho lagunero, polla de agua, focha común, cigüeñuela, avoceta, gaviotas como la reidora y la sombría, pagazas piconeras o fumareles. Caminamos.
El silencio es una herramienta y un aliado. Bordeamos la laguna junto a los olivos, saludamos a dos o tres fumigadores que trabajan sobre los acebuches domesticados, paseamos, en silencio. Es esta la única forma de percatarse de todos los sonidos sutiles que nos rodean, a cada paso un chapaleo en el agua, una zambullida, un siseo. Entrevemos los anillos verdosos de una serpiente huyendo del camino principal, un lagarto amarillo de casi medio metro de largo cruzar apenas a cinco pasos, un conejo parado, quieto, estático, en la fronda que rodea la laguna.
De tanto en tanto nos paramos y atendemos, observamos con más detalle y lo que parecían inmóvil se mueve ante nosotros con sutilidad, en un baile único y secreto. Se mecen los juncos y cañaverales, dejando entrever la superficie azul de la laguna. Caminamos por un camino de terrizo utilizado por los tractores, camino que casi forma un perímetro natural en torno a la laguna. Una curva y tras ella, escondido entre las altas hierbas ribereñas, un grupo de flamencos blancos, su gran pico, su aleteo rosa. Sacamos los prismáticos y observamos con atención. Sacamos la cámara y tiramos un par de fotos. Tememos espantarlos. Caminamos despacio, poco a poco, sin hacer ruido. Según nos vamos acercando a ellos, se desplazan sobre el agua, sin aspavientos, sin una explosión de batir de alas, nadando suavemente. Poco a poco se alejan, delicados. Una garza picotea el fondo del agua junto a ellos. Seguimos caminando y la laguna se esconde tras un extenso campo de margaritas, lilas y amapolas enmarcado por los consabidos olivos. Vemos, a lo lejos, el AVE, como una aparición fluida, silenciosa y fugaz cruza el horizonte.
Los aromas son sutiles, dulces, frescos. Aspiramos hondamente. Nos acercamos a la orilla todo lo que nos lo permite el lodo rojizo que rodea toda la laguna. Vemos más gallaretas acuáticas, negras, pico blanco, nadando en uve seguidas de sus polluelos.
Las mariposas liban lilas y margaritas y amapolas y vuelan aquí y allá de forma aparentemente errática. Libélulas azules zumban sobre las plantaciones de cereal.
Pero hay más, más que no vemos, que no llegamos a observar, pero que sabemos está ahí, sumergida, y es que tal y como apunta la Ventana del Visitante: La laguna de la Ratosa tiene interés florístico debido a la riqueza de especies de vegetación sumergida y a la presencia de la rara y amenazada Althenia orientalis, planta acuática que vive en fondos poco profundos.
En las partes despejadas de la laguna, junto a la orilla y dado el carácter salobre de sus aguas, aparecen restos de escamas salinas blancas, como un aviso de la proximidad de los calores veraniegos, de la vida efímera de la Ratosa, de su existencia caprichosa y frágil, sutil. Caminamos.

Despedida

Permanecemos en silencio. Quietos. Intentamos mimetizarnos con el entorno. Nada pasa al principio. Después, poco a poco, la vida retoma sus rutinas ajenas a la presencia humana y comenzamos a escuchar un nuevo cloqueo, un aleteo cadencioso, el zumbido de las libélulas, un trino escondido entre los olivos, el siseo sutil de un reptil, el crujir del ramaje, el susurro de los juncos, el canto de los grillos, nuestra respiración… Hasta formar parte de la fauna de la Ratosa.

Enlaces de interés y consejos útiles

Enlaces de Interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web de la Junta de Andalucía, Ventana del Visitante. Para conocer más acerca del municipio en el que se ubica la laguna de la Ratosa, se puede visitar el enlace del Color Azul del Cielo correspondiente a Alameda.

Época: La mejor época para visitar la laguna de la Ratosa es la comprendida entre los meses de febrero y junio, más adelante la laguna cambia debido a la evaporación y lo que es una amplia lámina de agua en primavera se transforma en casi una salina en verano y otoño.

Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.











Ubicación: En este mapa de Google se puede referencias el lugar exacto de este paraje natural, situado entre Alameda, Humilladero y el municipio sevillano de la Roda de Andalucía.


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EN / 02 DESEMBOCADURA DEL GUADALHORCE: Un secreto

martes, 3 de mayo de 2011

Aparecen bosquejadas al fondo, entre la bruma de la mañana, como insectos arácnidos de largas y complejas patas, se recortan contra el mar, contra las montañas, se mueven con lentitud, avanzando en sus pasos como fantasmas matinales, como extraídas de la Guerra de los Mundos de HG Wells. Ante ellas, las grúas enormes del puerto de Málaga, aquí, en nuestro primer plano, la marisma. Los meandros sinuosos, orilleros, que describen cerradas curvas, volutas curvadas sobre sí mismas. El espejo de una laguna aquí, la Escondida, de otra allá, la Grande, reflejan la luz del sol matinal. Se escucha el eco de los graznidos, trinos, cloqueos de los pájaros y cierto rumor del tráfago que provoca el tráfico en la lengua de carretera oscura que es la A7. Aquí reposa un secreto, un mundo cortado por senderos y trochas desde el que se escucha el murmullo apagado de la ciudad, un tesoro natural accesible, donde el vuelo errante de las aves se recorta en el cielo junto con el de esos otros pájaros de metal que van a aterrizar en el aeropuerto Pablo Ruiz Picasso. Un secreto que tantas veces hemos visto en nuestro ir y venir, que tantas veces hemos vislumbrado entre los quitamiedos de la autopista, que tantas veces hemos intuido entre las prisas de la vida cotidiana. Aquí desemboca el río Guadalhorce y su unión con el Mediterráneo, forma una marisma preñada de vida, de lagunas, de aves, de pequeños mamíferos, de insectos, de flores y plantas. Un territorio mestizo entre el sabor dulce del río y el salado del mar, un plácido oasis verde que reposa entre Málaga capital y Torremolinos. El Paraje Natural de la Desembocadura del Guadalhorce.

El Paraje Natural de la Desembocadura del Guadalhorce

El río Guadalhorce es una corriente colmada de perfumes de naranjos y limones que recorre las entrañas de Málaga, da de beber los bancales de frutales y a las plantaciones de verduras y hortalizas para desembocar en el mar. Juegan entonces del río y el Mediterráneo ese juego de solapamientos en el que nada es lo que parece. Un fragmento del mar se torna dulce y el último tramo del río se torna salado, invirtiéndose los papeles y creando un ecosistema único.
La Desembocadura del Guadalhorce fue nombrada Paraje Natural en el año 1989, y en sus 67 hectáreas contiene una variada y amplísima fauna aviar. Dada su posición estratégica entre África y Europa, forma parte de la zona de escala, descanso y alimento de un sinfín de aves migratorias costeras. Este paraje tiene la particularidad de haber sido modificado por el ser humano y su aspecto actual se debe primero a su injerencia gravosa y después a su reconstitución. En los años setenta la extracción de áridos para la construcción dejó al descubierto en la desembocadura del río una serie de graveras (Una gravera es un yacimiento natural de grava. El depósito de este material en estos yacimientos se debe a un transporte en suspensión en un medio acuoso, posterior depósito y consolidación. Geológicamente pueden provenir del trasporte de las partículas en un glaciar en un proceso largo en el tiempo, o por las corrientes de un río, lago, corrientes subterráneas que fluyen posteriormente al exterior. Consecuentemente el material que encontramos es un árido de canto rodado, no de cantos angulosos como los que encontramos en la explotación de canterasy minas. Wikipedia dixit) que comenzaron a ser colonizadas por diversa flora y fauna. En 1989 se protege el espacio y en 1998 se comienza una larga tarea de acondicionamiento hasta alcanzar el aspecto que hoy en día presenta. El complejo lagunar artificial está recorrido por dos senderos principales de 1,5 kilómetros de longitud cada uno y contiene 5 miradores desde los que contemplar el interior de la marisma. Además, este paraje natural tiene el tramo de litoral costero salvaje más extenso de la provincia de Málaga.

El secreto

Resulta chocante encontrar este paraíso apenas a 7 kilómetros de la capital malagueña. Las marismas se encuentran rodeadas de un desarrollado entorno urbanita y, pese a todo, mantienen la esencia de su temperamento natural. Quizá sea gracias a su ubicación. Sólo tiene un acceso, un puente. En su cabecera, el río Guadalhorce se parte en dos y el paraje natural se encuentra rodeado de dos importantes corrientes de agua que desembocan en el mar. El puente está cerrado para el gran tráfico rodado y a él se accede desde las urbanizaciones de Guadalmar. Una vez cruzado, nos adentramos en un mundo de falsa calma. Nos pertrechamos y permanecemos en silencio durante unos minutos. Aislamos el sonido de los coches, aislamos el sonido de los aviones, aislamos el murmullo de la ciudad y comenzamos a oír chapaleos en el agua, cloqueos y graznidos, susurros entre la hierba, trinos, aleteos. Cerramos los ojos y dejamos que el primer sol de la mañana caliente la piel. Respiramos hondo, los abrimos y vemos refulgir el verde de la marisma, las cintas oscuras de los meandros, el azul brumoso del mar, los reflejos especulares de las lagunas. Laguna Grande, La Casilla, Escondida, Eucaliptal, Costera, Limícola, Río Viejo… Nos adentramos en este íntimo secreto malagueño.

El paseo

Los senderos están perfectamente señalizados, los caminos son de terrizos y llanos, perfectos para hacer un poco de footing, caminar en mountain bike o simplemente pasear. Es un entorno natural ideal para acudir con niños dadas las posibilidades que ofrece para observar aves y otros mamíferos, para ver insectos, encontrar rastros, etc. Los paneles indicativos piden dos cosas. No alejarse de los caminos principales y guardar silencio. El silencio es la mejor manera de encontrarse con la fauna aviar. Muchas aves reposan en sus nidos, entre el follaje y las jaras y sólo con nuestro caminar despiertan y alzan el vuelo sorprendidas y sorprendiéndonos. Cruzamos nuestros pasos con un par de ciclistas y un par de corredores. Todo permanece reposado. Disparamos con la cámara de fotos aquí y allá, observando las plantas y comentando en voz queda esta o aquella especie. Es un caminar relajado. A la derecha, apenas a 300 metros encontramos el mirador de Laguna Escondida y aquí tenemos nuestro primer contacto con la fauna local. Nos acercamos con sigilo al mirador de madera, accesible a la laguna gracias a sus ventanas recortadas. Despacio. Leemos en un panel el proceso de creación de este complejo lagunar, su descubrimiento, sus particularidades. Nos sentamos en los bancos de madera, preparados además para el uso del trípode. Allí vemos una pequeña bandada de patos. Clic-clic-clic. Permanecemos en silencio y nos dejamos llevar por el influjo de los reflejos de la luz sobre el agua. Leemos que según las épocas en este ecosistema se pueden llegar a ver la garza real, la garceta, la garcilla bueyera, el martinete, el tarro blanco, el zampullín chico, el corredor moñudo, la gaviota de Audoin, el águila pescadora, la cigüeña negra o el martín pescador. Disfrutamos de la tranquilidad, del zambullirse de las aves, de la brisa matinal…
Continuamos camino, en silencio, despacio. Vemos rastros de aves y reptiles cruzando el carril de terrizo, recientes, húmedos. Cruzan de aquí para allá como avisos de una fauna antigua, sutil volátil y caprichosa. Llegamos en nuestro caminar hasta el mirador de Laguna Grande, situado en lo alto de un promontorio. Un paraíso se abre ante nuestros ojos. Un mar pequeño y cerrado por juntos y matorral ribereño. Una lámina de agua de superficie escasa, de apenas un metro de profundidad donde juegan a eso de la supervivencia un grupo de aves, patos, zancudas. Suspiramos y dejamos que el sol reverberado anide en nuestros ojos. Antes de tirar unas cuantas fotografías, observamos el paisaje. Allá al fondo las grúas y la antigua chimenea. Aquí las matas, las flores coloridas. Este es el secreto de la Desembocadura del Guadalhorce, la diferencia tan enorme en apenas unos centenares de metros de distancia. De la naturaleza asilvestrada al urbanismo desatado en unos minutos, solo con cruzar un puente.
Llegamos al mar. Nos perdemos en su oleaje sutil. Desandamos el camino andado y llegamos a la bifurcación que nos llevará al camino de Río Viejo, por donde caminaremos a su vera, buscando las curvas sutiles de sus meandros, sus particularidades. Y la Laguna de la Casilla donde comenzó la reconstrucción de este espacio único y delicado, frágil y poderoso. Caminamos en silencio. Nos cruzamos con dos corredores, nos asomamos a sus miradores, fotografiamos. Comentamos en susurros. Nos abrimos al mar. Nos perdemos en ensoñaciones.
Una duda nos asalta… ¿Cómo se ve el secreto desde fuera, al otro lado de las corrientes que lo protegen, alejados del puente?

Desde fuera

Salimos de la marisma y nos dirigimos por un carril de tierra hasta el mar, casi en línea recta. Una muralla de altos juncos impide ver el interior del paraje natural, lo esconde y lo protege, lo mima y parece acunarlo cuando se mece con el viento. Acompañamos al río entre lilas y margaritas, entre violetas encendidos y blancos inmaculados. Oímos como chapalean algunos patos cuando nos acercamos a ellos, cómo se zambullen en el agua al verse sorprendidos. Intuimos la presencia de otras aves y vemos algunas pequeñas bandadas cimbrearse en el aire, evolucionar y girar de manera brusca, posarse sobre los charcos del camino, inclinarse para beber. El mar, justo ante nosotros, su reflejo. Nos cruzamos con más ciclistas, con más deportistas. El engañoso suave fluir del Guadalhorce acompaña nuestro paseo y parece traer los perfumes de la Hoya de Málaga, los naranjos y limoneros, el azahar que impregna de aromas dulces la primavera. Llegando al mar comenzamos a intuir otro sonido, el del batir de las olas sobre la arena. Se mecen las espigas de las gramíneas. Dos pescadores lanzan sus cañas al Mediterráneo, fuman un pitillo, reposan sobre una silla de colores. Una barca salva la corriente del río y toma dirección Málaga. Miramos hacia atrás y vemos observamos este secreto de Málaga, poderoso y delicado, sutil, fuerte y precario. La ciudad aletea tras la marisma, con sus edificios altos, con sus grúas portuarias en forma de araña.

Despedida

Observamos los reflejos de la laguna, espejean y entre el caleidoscopio se mueven las garzas y los patos, turban la placidez de la lámina de agua con su chapaleo, con sus rumbos efímeros marcados en la marisma. Alzan el vuelo y se amansan unos metros más allá. Cloquean y se enzarzan en disputas en las que uno de ellos siempre sale perdiendo. Levantan el vuelo sus alas mojadas, húmedas y se recortan contra el azul del cielo. Permanecemos sentados en los bancos de madera del observatorio, sin prisa, mimetizándoos con el entorno, adquiriendo el ritmo leve de sus respiraciones, sus tonos verdes y oscuros. Nos quitamos poco a poco el traje de intrusos y nos sentimos, con despacio, uno más.

Enlaces de interés y consejos útiles

Enlaces de Interés:
Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web de la Junta de Andalucía, Ventana del Visitante. La desembocadura del Guadalhorce se sitúa muy próxima a Málaga capital

Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.



Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este paraje natural, situado entre Málaga y Guadalmar.


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